La porcá, la cabrá y la vacá.
Valverde, en su origen fue, sin duda, un pueblo ganadero. Los animales constituían una fuente de alimentación (gallinas, cabras, ovejas, cerdos) y una gran ayuda en las tareas del campo, y para las tareas de acarreo de piedra y pizarra para nuestras construcciones: toros y vacas, mulas y yeguas… Hasta las abejas son consideradas “ganado”.
El ganado, en su forma más tradicional, se apacentaba en diversos tipos de pastoreo: la “porcá” llevaba a todos los cerdos juntos a hozar allí donde más raíces y barrizales podían encontrar los suidos. Correspondía su cuidado por adra a los dueños de los cerdos, cuando no se contrataba a un porquero el día de San Pedro, que los llevaban a la búsqueda de bellotas, tubérculos y leguminosas. En el campo se complementaba el contenido del caldero de los cochinos, compuesto a base de patatas viejas, salvado, gamones… Recordemos que el primitivo nombre de Valverde era Porquerizas, que en 1935 la corte de los gorrinos producía 1352 arrobas de cerdo (16900 kg) y que en 1946 se declaraban 72 cerdos.
Cada familia tenía un casillo para los gorrinos, la “corte” de los cochinos, donde vivían a cuerpo de rey. Además, detrás de la escuela estaba el “corral de concejo”, comunal, a veces recinto para los cerdos; y fuera del pueblo había dos parajes predilectos para los porcos, en función de sus características y proximidad al pueblo: las praderas de la Fuentezuela, abundantes en barrizales, tierra, pozas y pocos cultivos, y el otro “corral de los cochinos” debajo del “Omanillo”, entre el cementerio y la carretera de Umbralejo. Era un cercado propiedad del tío Marianete y la tía Isidora; allí les dejaban todo el día y por la tarde iban a recogerlos, cada uno a los suyos, para devolverlos a la corte.
Cuando cada uno llevaba sus propios cerdos a pastar a terrenos comunales el ayuntamiento cobraba una tasa. Así en 1828 figura que se cobra “por la piara en la Rastrojera, 0,8” (suponemos que maravedíes) y a Manuel Monasterio en concepto de “Id por la piara en la Dehesa, 0,4”.
La cabaña ganadera de caprinos y ovinos era muy abundante. En 1935 se declaraban 1142 cabezas de ganado cabrío y 2912 de ganado lanar. En los años cincuenta todavía había 769 cabras y 1171 ovejas. La “cabrá” era pastoreada por los propietarios por turno de adra. Cada uno debía ir con ella en función del número de reses que poseía. A primera hora de la mañana se juntaban las reses en la plaza o en la era y desde allí salían a pastar, conducidas por el pastor. Tras pasar el día en el campo regresaban al caer la tarde. El sonido inconfundible de los cencerros avisaba al personal de que llegaba la “cabrá”: había que ir a recogerlas para llevarlas a las casillas del “Airandón”. Y, además, provistos de una buena jarra para ordeñarlas. ¡Incomparable el sabor de la leche de cabra y de su nata untada en pan!
De las ovejas se ocupaba cada ganadero, Fructuoso, Vicente, Víctor, Manuel… ya que cada uno tenía un rebaño considerable. Uno de los mayores ganaderos era el tío Fructuoso, que compró un rebaño entero en Condemios. A veces se pastoreaban juntas ovejas y cabras, aunque cada una tiene su estilo de pasto, careo y sesteo. Por su parte los machos cabríos se dejaban sueltos, juntos, por las laderas del cerro del Campo o de Ocejón durante todo el verano. Solían ramonear las hierbas y arbustos de aquellas alturas, disfrutando del frescor de las cumbres y más de una vez algún excursionista noctívago recibió un susto de algún macho merodeando su tienda o saco de dormir.
La “vacá” también requería de los cuidados del vaquero (también contratado por el Concejo el día de San Pedro) ayudado por algún ganadero, por turno de adra y en proporción a las reses que poseía cada uno. La vacada se soltaba al monte, a la Dehesa, a la búsqueda de pastos al llegar la primavera. Hasta 133 vacas se declaraban en los años cincuenta en nuestro pueblo. Las vacas también colaboraban en la trilla. Pero mientras que las yuntas de caballerías soltaban a la hora en que en “Las Covachas” empezaba a dar la sombra, las de las vacas seguían más o menos hasta las cuatro en que se las devolvía con la vacada. Y los bueyes, por su parte, eran imprescindibles a la hora de mover grandes troncos o piedras destinadas a construir las casas o los pontones de pizarra. Unas yuntas “importadas” también se usaron para labrar las fajas de terreno en la repoblación de pinos en los años cincuenta, como vemos en esta foto de Epifanio de Umbralejo.
Tiempos pasados aquellos. Tenemos 45 km2 de terreno, pastos, dehesas, agua, pero no tenemos emprendedores que se lancen a la aventura ganadera. Su mérito tuvieron quienes un día lo hicieron, los últimos Vicente, Víctor, Antonio y Antolín, Demetrio… y los que todavía lo hacen en muchos otros pueblos de nuestra Sierra, a pesar de las dificultades, la sequía, los lobos, las enfermedades. ¿De dónde, incluso de qué continente, nos traerán la carne que consumimos? Y ¿quién mejor que unos buenos rebaños y sus pastores para conservar caminos y evitar los incendios en el monte?
(P.D. Muchas de las costumbres, parajes y personajes recogidos en este escrito y en otras entradas del blog, aparecen ampliamente reseñados en el libro del autor Valverde de los Arroyos, tradiciones y paisajes alrededor del Ocejón).