LA  MUJER  EN  EL COSTUMBRISMO  MUSICAL  VALVERDEÑO. (Por José Fernando Benito)

Cierto es que la parcela que la mujer tenía reservada en lo que al folclore se refiere, se limitaba casi exclusivamente a lo religioso. Entraban en Bando las mozas y eso venía a significar, poco más o menos, que podían cantar a los forasteros sus canciones por conseguir limosna para el Santo, o al Santo sus canciones de Semana Santa, que no eran pocas.

Los mozos de Ronda, en cambio, tenían canciones que no dedicaban a los de fuera, sino a las de dentro, y muchas, también al Santo, llamárase Santísimo, Niño Jesús o, por cercano parentesco, Virgen María. Eran las recias voces de los mozos, acompañadas por laudes y guitarras. Cantaban las mozas a capela o, si acaso, arropadas por el armonio.

Y llegó la despoblación. Y de aquellos mozos que cantaban de memoria el romance que correspondiera al día, quedaron uno o dos. Hubo de hacerse copias en papel de las letras para que también los llegados de la capital tuvieran voz.  Aun así, las voces masculinas no llegaban a ser las suficientes para que los mensajes cantados  alcanzaran, altos y claros,  todos los rincones que debían. Algunas mujeres acudieron en auxilio de los hombres y sumaron sus voces a las de estos; primero, en la iglesia por Navidad, luego en las calles cuando la Octava. En este caso se perdió definitivamente (ya se había perdido) el fundamento y la razón de ser del cantar: un cantar de amor para cuantas mujeres solteras hubiera en el pueblo, niñas incluidas, a las puertas de cuyas casas hacía la ronda parada obligatoria.

A las mujeres cantoras se suman ya las que con laúd y guitarra acompañan los coros, contribuyendo decisivamente al mantenimiento de la música tradicional. Al punteo de los cantares que fueron de los mozos, añaden los de aquellas mazurcas que gustaban bailar nuestros padres y abuelos; solo la jota se muestra inalcanzable, por ahora,  para unos y otras, sean cantores o tocadores.

Una sola manifestación folklórica de nuestro pueblo, la mayor, se resiste a hacer partícipe a la mujer: la danza, los danzantes. Quizás porque no ha habido hasta hoy una necesidad imperiosa de acudir a ellas para cubrir una vacante o hacer una suplencia o, tal vez, porque quiere mantenerse invariable la tradición de reemplazos exclusivamente varoniles. Pero, varoniles fueron las danzas de Galve, Condemios, Utande o La Huerce, y la botarga de Majaelrayo, y hoy podemos ver en todas ellas mujeres que juegan su papel con idéntica seriedad, naturalidad y soltura que sus compañeros. No dudo que en Valverde, cuando se den las circunstancias, sucederá lo mismo.

Y nosotros que lo veamos.

JOSEFER

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