Su lugar en el mundo. (Arancha Alonso)
(Relato finalista en el I Certamen Literario de relatos cortos Francisco Martín “Larami”, convocado por la Asociación Serranía de Guadalajara, publicado en https://henaresaldia.com/mi-lugar-en-el-mundo/)
Era temprano, aún apenas se oía el canto de los pájaros, pero ya llevaba tiempo despierta. El sol aparecía tímido por el horizonte y desde la ventana el monte se veía majestuoso, lleno de colores, de vida, de paz… estaba deseando salir a caminar. Eso era lo que hacía cada mañana que se levantaba en el pueblo, perderse por sus caminos, escuchar los arroyos, respirar el aire que no había en la ciudad.
La plaza estaba tranquila, sólo se oía el murmullo de la fuente y a lo lejos algún vecino arrancaba el tractor para empezar la tarea, ¡vida de pueblo!
Subió hasta la era y ¡cómo no! hizo una visita a la abuela Mocha. Sí, a esa gran piedra con forma de abuelita encogida en la que siempre veía la cara de las abuelas, cariñosas, sonrientes, felices y a la que, por costumbre, en su regazo ponía una flor, unas castañas, manzanas… ¡cosas de niños!
Continuó su camino aún sin saber a cuál de los dos visitaría… Ocejón, Cerro el Campo… lo pensaría sobre la marcha, no sin antes asomarse a ver Las Chorreras desde arriba, a oír la caída del agua y disfrutar, una vez más, de ese momento de tranquilidad. ¡Cuántas veces habría hecho ese recorrido y en cada una de ellas agradecería a su padre transmitirle ese amor por Valverde, por el monte, por SUS montes!
Durante el recorrido había un sinfín de lugares con recuerdos: la piedra grande que hay junto al camino antes de llegar al Hervidero donde siempre había que hacerse una foto y en la que perdió un pendiente; “La Peña la Talla” con su historia sobre los mozos que iban a la mili o se volvían al pueblo; mirando algo más arriba, “El Fraile”, donde un verano, de los tantos que pasó en Valverde de pequeña, fue de excursión con el tío Bernardo, mientras le preguntaba matemáticas o le contaba alguna historia de la familia… la “peña El Gato” según su padre… y así recordando y disfrutando, la subida se hacía más llevadera.
“¿Y ahora para dónde tiro?”, pensó
De frente Ocejón, el gran Ocejón, el que siempre está ahí, el que ves desde la ciudad y te recuerda donde está “tu lugar favorito”, el hermano pequeño de la Leyenda, el que en su día fue Osejón por los osos que allí había y que quizá pasaban el invierno en “la Cueva”, aquella que hace miles de años fuera hogar de hombres primitivos.
A la derecha, el Cerro del Campo, que descubrió no hace tantos años cuando la adolescencia ya había pasado y lo de salir a andar con su padre volvía a ser divertido. ¡Qué indecisión!
Ocejón es el referente, al que hay que subir de vez en cuando, pero el Cerro tiene magia. Subas las veces que subas siempre te sorprendes al ver esa explanada en las alturas y aquellos monolitos que, verdad o no, parecen morada de hadas, duendes, o de los mismísimos Dioses… un Stonehenge serrano.
De repente oyó unas voces, un grupo de gente apareció junto al pinar camino del Pico… “creo que no habrá día del año que Ocejón no tenga visitas, me voy al Cerro…”
La cuesta se hace pesada, pero sabe que merece la pena. Cuando se quieres dar cuenta está “dando vista a MAJAELRAYO” el otro lado de la sierra y desde ahí incluso ves el Pico del Lobo, El Vado, la pista de Cantalojas y si el día está claro, Madrid, lugar lejano al que los abuelos iban en caballería y tardaban 4 días, parando de pueblo en pueblo, recorriendo caminos de la sierra y la campiña… la gran ciudad que se llevó a los habitantes de los pueblos y de la que hoy huyen cada fin de semana.
Oye un ruido, un corzo salta colina arriba. Por suerte en los últimos años se vuelven a ver brincando por los montes parejas de corzos y pequeños corcinos, da gusto verlos, y en las tardes de verano los oyes ladrar a lo lejos… ¡sonidos del pueblo!
“Venga sigue tu camino, ya no queda nada”.
El último tramo lo hace sin mirar arriba, piedra a piedra, pensando en la meta, sabiendo que cuando llegue a la cima, cuando la sierra quede a sus pies y divise el Alto Rey, Peña Mala, el Valle del Sonsaz, las molinos de Galve, (¿o son gigantes?), Ocejón, esa vista de Ocejón que nunca deja de sorprenderla y su pueblo, allí abajo, pequeñito, con sus pinos, castaños, robles, manzanos… los huertos bien labrados por los serranos, sentirá una gran sensación de libertad y una vez más tendrá claro que éste y ningún otro es SU LUGAR EN EL MUNDO.