Los Cencerrones anuncian la Navidad

De las tainas de la Umbría bajan los pastores con sus zamarras y zagones para anunciar la Navidad a los habitantes de la Sierra. Llevan un cordero para ofrecer al Niño Dios y van cantando por las casas el Romance de la Loba Parda o La Virgen va caminando. Ha llegado la Cencerrona a Cantalojas y la Navidad a toda la Sierra.

Año tras año, llegando la Inmaculada, los pastores de Cantalojas bajaban de los altos, de La Umbría, al pueblo para anunciar la Navidad, a lo mejor en número de hasta cuarenta. Un par de miles de cabras, ovejas, vacas quedaban en los establos y las casillas, seguramente rodeadas de nieve. Cada día, desde el 8 de diciembre hasta el día de Nochebuena, sus cánticos resonaban por todas las calles del pueblo, alegrando las frías tarde de la Sierra. Vestidos con sus zamarras, los zagones, el tapabocas, la manta al hombro y los piales, hollaban con sus pies los caminos cubiertos por la nieve y recorrían las calles embarradas.

Estando yo en la mi choza, pintando la mi cayada,

 las cabrillas altas iban y la luna rebajada.

Mal barruntan las ovejas, no paran en la majada.

Vi de venir siete lobos por una oscura majada…”

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Al cinto los cencerros que dan nombre a la costumbre, repicados al ritmo del paso y llenando de ecos cada rincón y callejuela del pueblo. La melodía, trasmitida de padres a hijos, tiene resonancias ancestrales, probablemente medievales y se ha recitado muchas veces en la taina, en la cocina al calor de la lumbre o en la escuela, de mano de los abuelos o de los maestros de turno. Acabadas las clases en la escuela, los niños correteaban por las calles entre la nieve, tras merendar un trozo de pan con miel o untado en la nata de la rica leche de sus cabras. Y ya de noche, todos a la cocina, alrededor de la lumbre, donde les esperaba una sartén con patatas o una tortilla.

Las reservas en la despensa no eran abundantes,  la temperatura en la casa apenas conseguía subir el inexistente termómetro, pero el calor de las chimeneas y el arrope de la familia daba suficiente calor para calentar y alegrar las veladas serranas. Y algún vecino, generoso y pudiente, sacaba una jarra o una cántara de vino o un trozo de torta de chicharrones  y obsequiaba y alegraba la tarde a los rondadores. Tarde a tarde, así hasta el día de Nochebuena, hasta la Misa del Gallo, a las doce de la noche.

Llegada la hora se volvían a juntar para dirigirse a la iglesia, de nuevo con sus cencerros zumbones al cinto, su pobre vestuario de pastor y su ofrenda. Un cordero, portado por el mayoral, era la ofrenda de los pastores hacía al Niño recién nacido. Repetían el rito más primigenio de tantos pueblos castellanos en forma de Corderadas, Pastoradas o Autos de Navidad. Y de nuevo un romance, sencillo, cantado con brío y con alegría.

«Camina la Virgen pura, camina para Belén

y a la mitad del camino pidió el Niño de beber…»

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Pasados los años, el pueblo se quedó casi vacío, la cabaña ganadera menguada, las casillas, solitarias, los pastores, reducidos al mínimo y los cencerros enmudecieron. Y lo mismo sucedía en casi todos los pueblos de la Sierra, Valverde, Villacadima, Galve, Campisábalos, La Huerce, Valdepinillos… Los muchos miles de cabezas de ganado que pastaban en la Serranía quedaron reducidos a la mínima expresión y el futuro comenzó a ensombrecer.

No podemos decir que el futuro sea excesivamente halagüeño. La población no se incrementa significativamente, el relevo generacional es, cuando menos, incierto y las dificultades para nuestros ganaderos cambian pero no disminuyen: de los lobos a los burócratas, de la sequía al cambio climático, de las carencias y carestías a los problemas veterinarios. Y los despachos y los papeles llenos de promesas…

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Gente valiente y emprendedora se aventura a pastorear con sus rebaños estas tierras que un día acogieron miles de reses. Y, entusiastas de la tradición, se comprometen a recuperar costumbres, amenizar la vida de nuestros pueblos y llevar alegría a calles y casas. En cada pueblo hay un Antonio, un Isaac, un Juan, un Francisco, un Berna, un Sergio, una Carmen, una Sonia… que pelea con los elementos, los paisanos y los políticos para que esta tierra no se hunda.

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Ocho de Diciembre y de nuevo hemos estado en Cantalojas, como estuvimos hace años pregonando y difundiendo nuestro Cantar de Navidad valverdeño:

«Ya bajan los pastores desde lo alto del Ocejón,

van a adorar al Niño, rey de los cielos que ya nació.»

Da gusto ver a los descendientes de aquellos pastores, algunos todavía lo son, agitar sus cencerros al cinto y entonar sus romances. Vuelve la gente del pueblo y se congregan amigos de otros pueblos y de la ciudad. Y suenan los viejos romances y los villancicos, de siempre o de ahora, de manos de gentes de otras tierras: Azuqueca, Hita, Cifuentes, Anguita, Atanzón… Poco a poco se hace vida y cultura. Que no sea visita de un día y que alguien más se anime a dar continuidad a la riqueza y a la cultura de estas tierras.

Ya vienen, escucha…

 

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