No es tan negra la Tejera (Por Rocío Ruiz).

Pasa el otoño con sus sugestivas tonalidades. Escondidos entre las hojas pululan simpáticos habitantes del bosque. Todo ello inspira la imaginación de nuestra autora de hoy,  Rocío, que remitió su relato desde Oporto al Certamen “Francisco Martín “Larami”.

Desesperada lo estrujé con fuerza entre los dedos con la intención de poder aprovechar lo poco que le quedaba en su interior, pero fue inútil. Entonces saqué las tijeras del maletín y lo rasgué de arriba abajo. Todavía quedaban restos en sus entrañas que rocié con diluyente para poder recoger hasta el último pigmento. Tenía el tiempo en mi contra y el color azul agotado.

Todo había comenzado unas horas antes cuando me presenté al Certamen de pintura rápida al aire libre, organizado por la Asociación Cultural de la Sierra Norte de Guadalajara, con la finalidad de resaltar el paisaje del entorno. Confieso que no era el premio lo que me motivaba, sino ir al Parque Natural de Tejera Negra y pintar in situ los colores otoñales, todo un regalo para los sentidos.

Embargada por la emoción planté mi caballete frente a una frondosa haya, cobijándome de los dorados rayos del sol que se colaban entre sus ramas. Apenas podía pestañear ante tal despliegue de tonalidades cálidas, del ocre al amarillo, pasando por toda la gama de anaranjados y rojos. Parecía un bosque encantado sacado de algún cuento de hadas, donde las setas podrían tomar vida en cualquier momento.

Poco a poco fui vaciando los tubos sobre mi paleta. A un lado los tonos cálidos, al otro los fríos. No sabía por dónde empezar ante tal abanico de colores. Al dar la primera pincelada todo fue coser y cantar, como el trino que escuchaba de las numerosas aves que poblaban el parque.

Comencé pintando las hojas caídas en el suelo a modo de tapete. Retrocedí unos pasos para percibir la perspectiva, cuando un grito salió de entre la hojarasca.

-¡ No me pises que me aplastas!

Mi pincel saltó por los aires, la paleta cayó del revés, por cuyo agujero salió un lagarto manchado por los colores fríos. La cabeza llena de azul, el cuello verde, el tronco negro. Intenté cogerlo para limpiarle con esencia de trementina, pero su escamosa piel se me escurrió entre los dedos.

-¿Pero qué haces?_! Es mi color natural ! Soy un Lacerta Schereiberi.

– Eres un simple lagarto.

– De simple nada, que soy una especie de saurópsido  escamoso.

– !Mira que eres cursi!

– Aquí en la Sierra Norte me llaman Verdinegro.

– Pues no se han estrujado demasiado la cabeza con el nombre -le dije-

– Mi especie está amenazada y en regresión, si no fuera porque aquí estoy protegido, correría el riesgo de desaparecer, por eso voy a pedirte que me pintes en tu lienzo y así inmortalizarme para siempre.

– De acuerdo, pero no te garantizo el resultado pues se me están agotando los óleos.

Se encaramó sobre una roca, junto al río Lillas, con la cabeza erguida, pecho fuera, sacando bíceps en sus patas  delanteras. Su cabeza azul demostraba que estaba en celo. Pinceladas verdes y azules se alternaban con tonos amarillos para el pecho. Después salpiqué su escamosa piel de puntitos negros. Sacó la lengua para atrapar un insecto.

-! Estate quieto, que no tengo todo el día!

Giró su cuello y contempló narcisista el resultado. Agradecido quiso darme un beso.

-! Apártate de mí ! no vayas a ser un príncipe azul descolorido y yo no estoy ahora para cuentos.

Herido en su amor propio se esfumó por entre la hojarasca del bosque. Continué a toda prisa pintando las múltiples y variadas hojas del hayedo, cuando escuché:

-!Eh! ¿Te quedan todavía tonos azules en tu maletín?

– ¿Y ahora, quién eres tú?

-Un Luscinia Svecica

Fruncí el ceño. Mi cara era un signo de interrogación.

– ¿ Lusci…..qué?

– Luscinia, de la familia Muscicapidae.

– Mira tú me estás tomando el pelo.

-Puedes llamarme Pechiazul -dijo inflando sus pequeños pulmones y sacando pecho-.

Enseguida me di cuenta del porqué de su nombre. Era una singular ave que lucía altiva su colorido collar.

-Soy la joya de la corona de esta sierra -me dijo mientras con un ala se alisaba el pecho- por eso deberías también pintarme a mí.

Otro pedante –pensé- aunque la verdad es que atributos no le faltaban.

-Lo haría encantada, si no fuera porque he gastado en el lagarto el color azul.

-Inténtalo, todavía estás a tiempo.

Mezclé a toda prisa el violeta y el verde, con el resultado comencé pintando una mancha azul desde la garganta hasta el pecho. Alrededor una fina franja negra y después suavemente otra más extendida, anaranjada, hacia el vientre. Me estaba quedando sin óleos, y lo peor, sin tiempo. Estrujando los tubos al máximo, di los últimos retoques finalizando mi trabajo.

El Pechiazul tras admirar el resultado, eufórico saltó a mi hombro y me pidió un piquito, que ahora sí, agradecida consentí.

El único óleo que se mantuvo intacto fue el negro, pues al final, no era tan negra La Tejera.

Pseudónimo: LA ESCRIBIDORA

Agradecemos a Rafael Ruiz, director del Parque Natural Sierra Norte de Guadalajara, su colaboración para poder disponer de las imágenes que amablemente nos ha remitido Gregorio Cerezo desde Cantalojas y a la autora del relato, Rocío Ruiz, su atorización para publicarlo.

 

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