En tiempos de carnaval.
Publicamos esta semana dos nuevas entregas de nuestro blog: Historias de nuestro carnaval y el número 5 de nuestra Carta del Pueblo. No te las pierdas, no tienen desperdicio.
Los primeros meses del año eran pródigos en festejos en nuestro pueblo: los Reyes con su ronda, San Antón con la bendición de animales y la subasta de las patas del cerdo, y San Ildefonso, con su chinela. En Febrero se iban sucediendo la Candelaria, Santa Águeda, Jueves Lardero y Carnaval. Luego llegaría Marzo con el bautizo del toro, pero eso queda para la semana que viene.
Como ya hemos comentado en la entrega anterior, la botarga de Santa Águeda y las vaquillas de carnaval tenían especial y curioso protagonismo. Al grito de “¡En Carnaval todo vale”! los jóvenes se echaban a la calle, unos portando las amugas adornadas con cuernos y cencerros y otros rociando con agua a los viandantes, sobre todo a las chicas, por medio de una jeringa que fabricaban con una caña o una rama vaciada de saúco. Hubo, incluso, quien se fabricó el utensilio con el caño de una escopeta, con un resultado mucho más copioso y espectacular.
El martes de carnaval el ayuntamiento entregaba a los chicos, en la puerta de la casa la villa, un trozo de pan de rosca. Por su parte, los mozos preparaban una merienda en la posada. Esta era habitualmente la casa de la “tía Sara´” y anteriormente la del “tío Miguel”, padre de D. Ángel y Julia Chicharro. Había cargos elegidos el día de la “machorra”: un alcalde de los mozos, un alguacil y dos rancheros, que ayudaban a la posadera y vigilaban las viandas.
Era costumbre que mozos y mozas intentaran estropearse mutuamente la merienda, gastando bromas. Las mozas algunas veces echaban sal o agua a la comida de los mozos. Otras veces preparaban un pequeño saquillo con trozos de manzanas o de flores que echaban por la chimenea y caían a la sartén. Pero parece que en una ocasión, en una de las cenas, no sabemos si en Carnaval, se les fue la mano y, tras subirse por el tejado, arrojaron unas bolas de alcanfor por la chimenea dejando el guisado totalmente incomestible. Las pesquisas llevaron a descubrir que, durante un buen rato, un par de mozas había desaparecido del baile que se celebraba en el ayuntamiento y las presiones del alcalde de los mozos, y probablemente del juez de paz, hizo que las interesadas confesaran el estropicio. Las susodichas no acabaron en el pilón, pero la cena ese año sí acabó en la basura ¡y menos mal!
El baile se celebraba en los bajos del ayuntamiento al ritmo de los instrumentos de cuerda de la ronda de los mozos. Al finalizar el martes de carnaval llegaba la austera cuaresma y se decretaba el final del jolgorio a las doce mediante intervención expresa del alcalde en el ayuntamiento suspendiendo el baile en el momento de máxima animación. Revestido de su autoridad, se presentaba en los bajos de la casa de la villa y daba comienzo oficial a la cuaresma. Las chicas, por supuesto, a casa, y los mozos, depende… Ya no habría jolgorio reconocido hasta la noche del Sábado Santo, momento de la confección y cuelga del Judas.
En algún momento del carnaval se elaboraban y recitaban unos versos por parte del vate gracioso de turno que relataba algún suceso chocarrero, lo que nos recuerda a la Carta de Candelas que se recita en la fiesta de la Candelaria en El Casar. Como publicábamos en un número de nuestra Carta del Pueblo, reproducido hace unas semanas en este blog, alguno de estos poemas era el que comienza “Se juntaron cuatro amigos que venían de San Blas…” Otro de ellos era “El cerdo del tío Pedrete…” que nos contó Victoriano Benito y en estos casos sí que tenemos constancia de que fueron escritos para celebrar el carnaval a principios del siglo XX. Había otro que decía: “… El Ángel le dijo a Pedro: no te pares de atizar…” Y finalmente, el que nos contaban Mariano Bermejo y Ángel Chicharro y que reproducimos a continuación.
“En tiempo de Carnaval, cerca de la primavera
fueron a echar un ojeo de Umbríagorda a la Vega.
Por la mañana temprano, bien emprendida la orquesta,
que no falte munición ni pulso en las escopetas.
El Ángel iba delante con el tamboril tocando
y todos iban detrás, como danzantes bailando.
Llegaron al Salegar con las cornetas tocando
y los pobres jabalíes como estaban se quedaron.
Estaban comiendo el pan cuando el Romualdo les dijo:
«Debajo de aquel berezo parece que veo algo,
van a ser los jabalíes en el gayubar hurgando».
Se dirigieron al bulto con más silencia que santo
llegaron y eran los perros con un zangarrón de un asno.
Lo cogió Calixto y dijo: «parece que huele a rancio
nos lo llevamos a casa, que otra cosa no encontramos».
Le cogieron a cuestas entre Félix y Romualdo,
le subieron a la taina y allí lo dejan colgado.
Y luego al anochecer, sin que nadie se enterara
le pinaron al hombro y le trajeron a la posada.
«Levántate posadera, que buenas magras te traimos,
prepáranos la sartén, que al momento las guisamos».
Unos partían la leña, otros hacían tajadas,
otros iban a por vino, otros iban a por pan.
El Ángel a la Jacinta le dijo que no comiera,
que era del borrico negro que traía la molinera.
Ya se chupaban los dedos con las primeras tajadas,
pero luego, al poco rato, el borrico rebuznaba.
El Calixto le decía: «más vale freír otro tanto,
pa que duela la tripa de hambre más vale que duela de harto».
El Romualdo le decía: «si se entera mi abuela
no me deja entrar en casa, lo siento por la gatera».
El esquema decía: «ir a llamar al cirujano,
yo esta noche me muero, reviento si no cago».
Como Ramón entendía algo de veterinario,
le recetó unas pastillas que si han servido de algo.
El escarmiento servirá a los mozos de Zarzuela
pa no volver a comer lo que no quieran las perras”.