Crónica de una noche de difuntos.

La noche de las Ánimas la gente de Valverde se reúne en la iglesia, en lo que hace trescientos años era el cementerio del pueblo. Bajo la tarima reposan los restos de antepasados de todos los vecinos que allí se congregan. Eva narra con voz solemne, como lo hiciera el mismísimo Bécquer. Dos jóvenes escenifican el relato que Gustavo Adolfo Bécquer escribiera en su Rimas y Leyendas un día de noviembre de 1861. Doblan las campanas.

En la penumbra suena el relato, desfilan los caballeros. Al frente los primos, Beatriz y Alonso

Eva

“Ese monte que hoy llaman de las Ánimas pertenecía a los Templarios, cuyo convento ves allí, a la margen del río. Los Templarios eran guerreros y religiosos a la vez. Conquistada Soria a los árabes, el rey los hizo venir de lejanas tierras para defender la ciudad por la parte del puente, haciendo en ello notable agravio a sus nobles de Castilla, que así hubieran sabido solos defenderla como solos la conquistaron

Beatriz y Alonso, protagonistas de la leyenda, pasean por el pasillo central mientras aquél relata a su prima la historia del Monte de las Ánimas de Soria y el desafío y enfrentamiento entre los nobles locales y los monjes templarios. Los más jóvenes, vestidos de templarios y caballeros, se enfrentan con ahínco en el centro de la nave.

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“Cundió la voz del reto, y nada fue parte a detener a los unos en su manía de cazar y a los otros en su empeño de estorbarlo. La proyectada expedición se llevó a cabo. No se acordaron de ella las fieras; antes la tendrían presente tantas madres como arrastraron sendos lutos por sus hijos. Aquello no fue una cacería, fue una batalla espantosa: el monte quedó sembrado de cadáveres; los lobos, a quienes se quiso exterminar, tuvieron un sangriento festín”.

Beatriz escucha horrorizada y piensa en los peligros que les acechan caminando esa noche por los aledaños del siniestro monte. Suena un ruido de cadenas arrastrándose. Alonso continúa:

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“Desde entonces dicen que, cuando llega la noche de Difuntos, se oye doblar sola la campana de la capilla, y que las ánimas de los muertos, envueltas en jirones de sus sudarios, corren como en una cacería fantástica por entre las breñas y los zarzales. Los ciervos braman espantados, los lobos aúllan, las culebras dan horrorosos silbidos, y al otro día se han visto impresas en la nieve las huellas de los descarnados pies de los esqueletos”.

Se tienen que despedir. Alonso está a punto de partir hacia Roma y quiere llevarse un recuerdo de su prima, algo que le acompañe en los momentos de lucha y le proteja de los peligros que le acecharán. El viento ulula al tiempo que Alonso suplica a su prima.

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“Antes de que concluya el día de Todos los Santos, en que, así como el tuyo, se celebra el mío,  puedes, sin atar tu voluntad, dejarme un recuerdo, ¿no lo harás?

¿Por qué no? -exclamó Beatriz-, llevándose la mano al hombro derecho como para buscar alguna cosa entre los pliegues de su ancha manga de terciopelo bordado de oro… Después, con una infantil expresión de sentimiento, añadió: -¿Te acuerdas de la banda azul que llevé hoy a la cacería, y que por no sé qué emblema de su color me dijiste que era la divisa de tu alma? -Pues… ¡se ha perdido! ¡Se ha perdido en el monte de las ánimas! Se ha perdido, y pensaba dejártela como un recuerdo”.

Beatriz se muestra desolada y Alonso la mira pesaroso y asustado. Ella querría que la ofreciera una muestra de amor definitiva. Él duda entre el amor que la profesa y el miedo que le provocan el lugar y la noche. De nuevo suena el toque de clamor.

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“¡En el Monte de las Ánimas -murmuró palideciendo y dejándose caer sobre el sitial-, ¡en el Monte de las Ánimas! Otra noche volaría por esa banda, y volaría gozoso como a una fiesta; esta noche…, esta noche, ¿a qué ocultarlo?, tengo miedo. ¿Oyes? Las campanas doblan, la oración ha sonado en San Juan del Duero, las ánimas del monte comenzarán ahora a levantar sus amarillentos cráneos de entre las malezas que cubren sus fosas…; ¡las ánimas!, cuya sola vista puede helar de horror la sangre del más valiente, tornar sus cabellos blancos o arrebatarle en el torbellino de su fantástica carrera como una hoja que arrastra el viento.

Temeroso, Alonso desaparece por el camino. Beatriz queda pensativa, se recoge en su aposento, se arrodilla en el reclinatorio y reza antes de acostarse. En la lejanía suena una salmodia gregoriana.

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“Había pasado una hora, dos, tres; la media noche estaba a punto de sonar, y Beatriz se retiró a su oratorio. Alonso no volvía, no volvía, cuando en menos de una hora pudiera haberlo hecho. Las doce sonaron en el reloj del Postigo. Beatriz oyó entre sueños las vibraciones de la campana, lentas, sordas, tristísimas, y entreabrió los ojos. Creía haber oído, a par de ellas, pronunciar su nombre; pero lejos, muy lejos, y por una voz apagada y doliente. El viento gemía en los vidrios de la ventana”.

Beatriz, pasa la noche pesarosa, vacilante. No es capaz de distinguir entre las pesadillas que invaden su sueño y los gritos que cree oír en la lejanía del monte. Su corazón late cada vez con más violencia. Las puertas de alerce del oratorio crujen sobre sus goznes, con un chirrido agudo prolongado y estridente.

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“Así pasó una hora, dos, la noche, un siglo, porque la noche aquella pareció eterna a Beatriz. Al fin despuntó la aurora; vuelta de su temor, entreabrió los ojos a los primeros rayos de la luz. Después de una noche de insomnio y de terrores, ¡es tan hermosa la luz clara y blanca del día! Separó las cortinas de seda del lecho, y ya se disponía a reírse de sus temores pasados cuando de repente un sudor frío cubrió su cuerpo, sus ojos se desencajaron y una palidez mortal decoloró sus mejillas: sobre el reclinatorio había visto, sangrienta y desgarrada, la banda azul que perdiera en el monte, la banda azul que fue a buscar Alonso”.

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El grito de Beatriz sobrecoge a los valverdeños, algún niño grita asustado, algún mayor suelta una risa nerviosa. Beatriz cae, exánime, junto al reclinatorio, donde reposa su banda azul ensangrentada. Mario llora contemplando a su madre, caída en el escenarioi. Su tía sigue, implacable:

“Cuando sus servidores llegaron despavoridos a noticiarle la muerte del primogénito de Alcudiel, que a la mañana había aparecido devorado por los lobos entre las malezas del Monte de las Ánimas, la encontraron inmóvil, crispada, asida con ambas manos a una de las columnas de ébano del lecho, desencajados los ojos, entreabierta la boca, blancos los labios, rígidos los miembros: muerta, ¡muerta de horror!”

Un foco pasea por el escenario, los valverdeños contienen la respiración, un rezagado, ajeno a la trama asoma por la puerta y pide perdón. El foco se posa sobre Eva, que, parodiando a Bécquer, sigue con voz solemne:

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“Dicen que después de acaecido este suceso un cazador extraviado que pasó la noche de difuntos sin poder salir del Monte de las Ánimas y que, al otro día, antes de morir, pudo contar lo que viera, refirió cosas horribles. Entre otras, asegura que vio a los esqueletos de los antiguos Templarios y de los nobles de Soria enterrados en el atrio de la capilla, levantarse al punto de la oración con un estrépito horrible, y caballeros sobre osamentas de corceles perseguir como a una fiera a una mujer hermosa, pálida y desmelenada que, con los pies desnudos y sangrientos y arrojando gritos de horror, daba vueltas alrededor de la tumba de Alonso”.

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Brotan los aplausos. El elenco de actores saluda, complacido. Javier es obligado a salir y saludar también. Mario no se separa de su madre. La noche de Halloween ha terminado. Chocolate para todos.

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PD. El relato corresponde a la escenificación que se llevó a cabo la noche del 1 de noviembre de 2025 en Valverde de los Arroyos. Los protagonistas fueron Ana y Mori, Eva representando a Bécquer,  Montse y Peña como figurantes del salón, Carlos, Sandra, Raquel y Jaime como caballeros templarios, Álvaro, Aurora, Sofía y Rocío como nobles sorianos, Fernando, Paco y Luis como técnicos de sonido e iluminación y Javier en la organización, con el apoyo de Jose Manuel y Sonia.. Y, por supuesto, de la Asociación Cultural.

No queremos corregir al autor, sólo relatar nuestra velada. Los fragmentos entrecomillados corresponden a partes del relato que escribió Gustavo Adolfo Bécquer en la noche del 6 de noviembre de 1861. Aquí se puede consultar la obra completa: https://valverdedeocejon.com/wp-content/uploads/2025/11/MonteAnimas_Becquer.pdf

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