Valverde: siete libros y una Octava (Por Jesús Orea Sánchez)

Lo he dicho y escrito no pocas veces: hay lugares a los que siempre se vuelve, incluso cuando es la primera vez que se va. Son lugares singulares, especiales, con mucha personalidad y que, cuando llegas a ellos, pese al asombro que te suelen producir, parece que ya has estado allí más veces porque todo está en su sitio, hay armonía y el paisaje te invita a integrarte con absoluta hospitalidad. Se trata de uno de tus lugares en el mundo.

Esta sensación es la que tengo cada vez que voy a Valverde de los Arroyos, el pueblo más bonito de la provincia de Guadalajara pese a que tiene importante competencia. Se que decir que un lugar es más bonito que otro, cuando se trata de juzgar la excelencia de la belleza, es arriesgado e, incluso, peligroso porque puedes herir susceptibilidades, despertar animadversión y volverse la afirmación en contra tuya. Espero que no sea así. Me ratifico: Valverde de los Arroyos es, para mí, el pueblo más bonito de Guadalajara porque está en un marco geográfico incomparable, al pie de Ocejón, nuestra montaña más señera y con un punto mágico, porque el verde allí no es solo un color, es casi una religión, porque su peculiar arquitectura negra está magníficamente conservada, porque su estructura urbana es coherente y está perfectamente integrada en el paisaje, porque la primavera, el verano y el otoño visten sus floridas balconadas de madera de un alegre mosaico de colores, porque ha sabido conservar con mucho celo sus bellas tradiciones, sobremanera su excelsa Octava, y porque es un pueblo que se quiere a sí mismo. Por todo esto, absolutamente objetivo y palpable, y por la percepción subjetiva tan absolutamente favorable que desde niño ha despertado Valverde en mí pues allí he encontrado siempre, no solo un paisaje espectacular sino también cálida humanidad y amistad, me ratifico definitivamente en que Valverde es, para mí, el pueblo más bonito de Guadalajara. Amén por lo civil que también significa así sea. O mejor, así es, porque es la rúbrica de una acción de fe.

Siguiendo mi teoría, volví por enésima vez a Valverde hace unos días, a disfrutar el fin de semana completo de su Octava del Corpus. Me llevaron la obligación y la devoción, dos circunstancias que, cuando se unen, alfombran la felicidad, máxime si está también la amistad por medio, como lo estuvo, está y estará. Fui a la capital del país de Ocejón —como un día se me ocurrió llamar a Valverde cuando mi amigo y hermano Javier Borobia y yo hacíamos nuestro “Guardilón” hertziano— a presentar el “Libro fotográfico de Valverde de los Arroyos, de Santiago Bernal”, ese extraordinario fotógrafo y tantas cosas buenas más que a Guadalajara le nació en Santiuste de San Juan Bautista, un pueblecito de la campiña segoviana cercano a Coca, el lugar donde dicen que pudo nacer, nada más y nada menos, que el emperador romano Teodosio. Este libro, que la Diputación ha editado con extremo celo y lo ha puesto en las competentes manos de Aache para que haya resultado un excelente producto editorial, es más que una sucesión de páginas con estupendas fotografías hechas por Santiago en Valverde a lo largo de más de 60 años. En realidad, se trata de un acto de justicia pues su autor material y espiritual murió en agosto de 2021, ya nonagenario, dejando sobre su mesa de trabajo un cuaderno de notas que él mismo tituló “Cosas por hacer” en el que constaba que ya estaba trabajando en este libro que, se bien de lo que hablo, llevaba mucho tiempo ya rondándole en la cabeza. Sus tres hijos, con Mario a la cabeza porque así lo han querido sus dos hermanos, han hecho posible que esa “cosa por hacer” que anotó Santiago a sus 94 años en un cuaderno —auténtico ejemplo de vitalidad— sea hoy una cosa hecha. Además, a las extraordinarias fotografías de Santiago que han sido seleccionadas para integrar este libro —180 y a gran tamaño la mayor parte de ellas—, las ha complementado con oportunos y también extraordinarios textos José María Alonso Gordo, el “cronista oficial de Valverde”, como hace tiempo fue nombrado oficialmente por su ayuntamiento, pero, sobre todo, su agitador y dinamizador cultural y que ya acumula un notable bagaje editorial, especialmente el vinculado al propio Valverde. José Maria es médico —está ya jubilado, pero los médicos lo son siempre, como los maestros— y su humanismo y humanidad las ha volcado escribiendo de su querido pueblo que, así, con él, tiene quien le escriba y, además, muy bien. El prólogo del “Libro fotográfico de Valverde de los Arroyos” lo he aportado yo porque el propio Bernal así lo quería, como constaba en sus notas de cosas por hacer y como él mismo me propuso una de las últimas veces que hablamos. A Santiago yo lo admiraba y quería a partes iguales, aunque, bien pensado, es posible que lo quisiera aún más que admiraba y les aseguro que era mucha mi admiración por él. Santiago era un hombre bueno y un brillante sin pulir, con una capacidad y una voluntad de trabajo tremendas y con una vocación de servicio admirables. Ya dejé dicho, bien alto y claro, lo que opinaba de él en mi “Guardilón” de papel de diciembre de 2021, cuando le dediqué un artículo completo unos meses después de su muerte. A él me remito pues hoy he venido a hablar de su libro y del precioso pueblo que lo motivó.

La presentación en Valverde del libro fotográfico de Santiago Bernal (que recoge la imagen adjunta de Cristina Bernal) se integró dentro del programa de actos de la Octava del Corpus de este año. Inicialmente, iba a tener lugar la víspera de la fiesta en el Portalejo, ese singular espacio valverdeño acostado a mediodía sobre su iglesia en el que principian y finalizan todas las procesiones, especialmente la de la Octava. También es un foro público de convivencia, al tiempo que escenario de actividades culturales y recreativas, sobre todo las representaciones de los autos y entremeses asociados a la gran fiesta de Valverde y emplazamiento de los últimos bailes de los danzantes a petición del público en la tarde de la Octava. No se me ocurre mejor lugar para disfrutar de Los Molinos, El Capón o La Perucha… El tiempo, que no la autoridad, impidieron que el libro fuera presentado en el Portalejo. Una fuerte tormenta obligó a trasladar de urgencia el acto al interior de la iglesia, previo conocimiento de su párroco, Skylad Eucher Adounkpe, un afable sacerdote africano que, como otros también de este continente y de Sudamérica, está echando una mano a nuestra diócesis ante la falta de vocaciones autóctonas. La potente fe de los nuevos cristianos debe suplir la tibia de los viejos. Por cierto, no vean en este comentario que sigue ni el más mínimo atisbo racista, pero me llamó mucho la atención la primera vez que vi a un sacerdote de color oficiar en Valverde, una de las capitales de la arquitectura negra, si no la capital misma.

Pese a lo desapacible de la tarde del sábado, 17 de junio, la iglesia se llenó para asistir a la presentación del libro en la que intervenimos el recién reelegido alcalde de Valverde, José Luis Bermejo, José María Alonso Gordo, Mario Bernal y yo. Ya era conocedor de ello, pero en aquel momento comprobé el afecto que Valverde tenía —y tiene— a Santiago Bernal pues desde finales de los años 50 hasta 2017 en que fue allí por última vez, precisamente para recibir un homenaje de los danzantes, los valverdeños conocieron y disfrutaron de su calidad humana y de su talento y talante fotográfico. En Atienza, y con la Caballada de por medio, también el aprecio unió y une con Bernal a los cofrades de la Trinidad, en particular, y a los atencinos, en general. De hecho, dos de sus más importantes aportaciones editoriales, son este póstumo libro fotográfico de Valverde y otro previo que hizo de La Caballada, editado en 2012. No tengo ninguna duda de que su amplísimo y extraordinario archivo fotográfico, que con tanto cariño como buen criterio gestionarán sus hijos, será futura fuente de próximos y grandes libros.

Durante la presentación del “Libro fotográfico de Valverde”, José María Alonso comentó un hecho que yo he llevado al titular de este artículo y con el que quiero finalizarlo. A pesar de la singularidad y belleza paisajística de Valverde y de la raigambre y espectacularidad de sus costumbres y tradiciones, especialmente la de la Octava, hasta los años 80 del siglo XX no había publicado ningún libro monográfico sobre este pueblo serrano. Cuatro décadas después, ya son 7 los libros a él referidos y que creo de justicia relacionar y recomendar: 1/ “Cancionero popular serrano de Valverde de los Arroyos” (de cuya primera edición, en 1980, son autores José Fernando Benito y Emilio Robledo, sumándose a ellos José María Alonso en la segunda); 2/ “Autos, Loas y Sainetes de Valverde de los Arroyos” (editado en 1985 y del que es coautor el propio Alonso junto con Emilio Robledo y Moisés García de la Torre); 3/ “Valverde de los Arroyos: Parroquia y parroquianos” (editado en 2007 y cuya autoría se debe a Juan Antonio Marco, actual organista de la catedral de Sigüenza y expárroco de Valverde); 4/ “La villa de Galve y los lugares de su tierra. Valverde de los Arroyos” (editado en 2017 por Emilio Robledo); 5/ “Las danzas de la Octava del Corpus, de Valverde de los Arroyos” (editado en 2018 y del que son coautores Emilio Robledo y José María Alonso); 6/ “Valverde de los Arroyos: Tradiciones y Paisajes alrededor del Ocejón” (editado en 2020 y cuyo autor es José María Alonso) y 7/ “El libro fotográfico de Valverde de los Arroyos, de Santiago Bernal” (editado en 2023 y con textos de Alonso Gordo). Siete libros para una octava. No he vuelto a Valverde, siempre he estado —y estaré— allí.

(El “Libro fotográfico de Valverde de los Arroyos, de Santiago Bernal” editado por la Diputación Provincial fue presentado el día 4 de Mayo en Guadalajara (momento que recoge la imagen adjunta) y el día 17 de Mayo, víspera de la Octava, en Valverde),

El presente artículo de Jesús Orea ha sido publicado originalmente en el periódico Nueva Alcarria del día 7 de Julio. Puedes ver la publicación original en el siguiente enlace: https://nuevaalcarria.com/articulos/valverde-siete-libros-y-una-octava

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