El bautizo del toro.
Tras hablar de vaquillas y vaquillones de carnaval en entregas pasadas finalizamos esta semana con otra costumbre más o menos carnavalesca que se siguió celebrando hasta mediados del siglo pasado.
En tiempos en los que el cuidado de la ganadería era una de las ocupaciones más importantes de las gentes de Valverde había algunas curiosas costumbres orientadas probablemente a conseguir un mayor rendimiento de los rebaños. Una de ellas era la del bautizo del toro, el semental que sería el encargado de proporcionar una generosa y fuerte descendencia a la vacada.
En el Catastro del Marqués de la Ensenada, hablando del señorío de Galve, decía que en la villa y sus alquerías había 357 bueyes, 330 vacas, 100 terneras… Datos oficiales de Valverde en los años 30 y 40 del siglo XX, época que no fue la de mayor pujanza ganadera, hablaban de 137 cabezas de ganado vacuno (bueyes y vacas), 1142 de cabrío y 2912 de ganado lanar. Casi 100 vacas daban trabajo al semental y había que cuidarlo bien. Estaba en juego la prosperidad de la población.
El toro se adquiría entre todos los ganaderos, probablemente en Cantalojas, Jadraque o Tamajón y se guardaba en el toril, para el que había un local en Valverde y otro en Zarzuela. La vacada se soltaba al monte, a la búsqueda de pastos al llegar la primavera. El vaquero era el encargado de pastorear la “vacá” ayudado por algún ganadero, por turno de adra y en proporción a las reses que poseía cada uno.
Un día ya cercano a la primavera, algún año alrededor de Carnaval tardío, se preparaba la vacada y se celebraba el bautizo del toro. A la hora convenida, quizás con toque de campana, de corneta o de cuerno antaño, cada ganadero soltaba sus vacas de la casilla o de la cuadra y todas las reses se juntaban en la plaza. El vaquero sacaba el semental del toril. El alcalde de los mozos capitaneaba la comitiva, y todos juntos bajaban a La Noguerilla, donde estaba el antiguo transformador, y allí se producía el bautizo. Y él era el encargado de asperjar al toro.
No está claro si la aspersión del agua, más o menos bendita, se producía con el hisopo de las ceremonias litúrgicas y con el acetre que llevaba el agua bendecida, o con cualquier otro recipiente e instrumento. Es poco probable que en aquellos tiempos, en que las costumbres religiosas eran respetadas y exigidas, se utilizaran tan sagrados instrumentos para un fin tan laico. No creemos que los curas de entonces y sus devotas feligresas lo consintieran. Seguramente debemos admitir, como dicen otras versiones, que un caldero cualquiera y una rama de brezo cumplían a satisfacción con el rito. No conocemos fórmula alguna de bendición.
Es sabida la costumbre de bendecir a los animales, aquí sí con el acetre y el hisopo, el día de San Antón, hecho que también se producía en Valverde. Y asimismo se sabe que los toros bravos son “bautizados” en las ganaderías para marcarles y para asignarles un nombre que luego les identificará en la lidia. Menos frecuente es el hecho de que algunos lugares, por ej. en Tudela (Navarra) se bendecía litúrgicamente a los animales para que salieran bravos en el ruedo. (Cossío, Los toros). Incluso, como se recoge en una nota reciente, obtenida de las redes sociales, en un pueblo de Levante… “El párroco del municipio bendijo al toro de la ganadería… en la plaza Mayor. Al acto acudieron numerosos vecinos, muchos de ellos, «jóvenes bastante animados» tras el fin de semana taurino organizado por la peña… según informaciones recogidas por la propia parroquia”.
Pero el hecho de bautizarles con agua “bendita” como invocación a la fertilidad, además de un motivo de asueto para los jóvenes, puede tener unas connotaciones sin duda paganas. La relación del toro con la fertilidad viene de antiguo y de muchas civilizaciones. A modo de ejemplo, “en las ceremonias de la fiesta de la cosecha –conocida como la salida de Min–, una de las más importantes de Egipto, en el solsticio de verano, se hacía una solemne procesión dirigida por el faraón, que iba acompañado de un toro blanco adornado con un disco solar y dos plumas entre sus cuernos, a quien ofrecía una gavilla de trigo, como una forma de hacer patente la fecundidad que el animal representaba”. (Rodríguez Plasencia, J. L., 2017, Revista de Folklore).
En tiempo y lugar más cercanos, en diversos lugares de Extremadura existía la fiesta del “Toro de San Marcos”, profusamente descrita, y reiteradamente prohibida. La cofradía del santo elegía y ponía su nombre a un toro traído de la dehesa al que el cura, revestido, conjuraba y amansaba (como hizo en su día San Pedro Regalado). El animal abandonaba toda ferocidad y asistía de modo preferente a los oficios, misa y procesión, durante los cuales las mujeres le tocaban y le colocaban guirnaldas de flores, panes y velas en los cuernos. (Revista de Dialectología, J. Caro Baroja, 1944). Ignoramos si el anhelo de fertilidad implicaba sólo al toro o también a la feligresía.
Una vez producido el asperges de nuestro semental, la vacada bajaba por el Salegar y se dirigía a los lugares de los pastos. Se supone que los llevarían a la Solana, al Lomo, a la Dehesa boyal, al Pezuelo, quizás a las praderas del Sorbe o a los pastos de los Regajos. Alguna res regresaba al pueblo si las faenas lo requerían, por ejemplo, para la trilla, como se aprecia en la imagen de la cabecera o para la plantación de pinos, como se ve en la foto adjunta de Epifanio, de Umbralejo. El resto, y casi todo el verano, permanecían en el campo hasta los Santos, el comienzo del invierno, en Samaín, fecha en que todos, animales, pastores y ánimas, debían regresar al hogar.