“Inisfree” de Galve (Mi Zarzuelilla) (Por Ildefonso García Ruiz)
Veinte años no es nada, dice el tango, y a los tangos nunca hay que tomárselos a la ligera. Aunque, como con cualquier otra cosa, conviene mantenerlos siempre a una higiénica distancia del fanatismo (esto en sí mismo ya parece otra letra digna de ser recitada por Gardel). El caso es que en este 2024 recién comenzado se cumplen dos décadas de nuestra llegada a Zarzuela de Galve, nuestro Inisfree particular, donde echamos raíces, además, desde la previa prospección de un hogar en Valverde de los Arroyos, el pueblo del que nos habíamos quedado prendados en visitas anteriores y que ocupaba nuestros sueños desde hacía años.
Sin embargo, y pese a haber incluso pernoctado numerosos fines de semana en Valverde, hasta entonces desconocíamos la existencia de la pequeña aldea vecina. Así que podría decirse que encontramos el gran amor un poco por casualidad, como esa chica o ese chico que aguarda en silencio al lado del protagonista, sabiendo que llegará su oportunidad más pronto que tarde.
Inisfree, para los que no estén al tanto, es el pequeño pueblo irlandés al que regresa desde Estados Unidos en El hombre tranquilo (The Quiet Man, dirigida por John Ford en 1952) Sean Thornton, el exboxeador interpretado por John Wayne. Una placa con el cartel de la película descansa sobre la repisa de la chimenea en nuestro hogar en Zarzuelilla, como un guiño entre la ficción y la realidad que en nuestra percepción y corazones liga el oeste irlandés con el norte de Guadalajara.
Inisfree es una aldea rural, sencilla y hermosa como un pueblo de nacimiento (aprovecho la analogía, ahora que acaban de terminar las fiestas navideñas), que en su lírica logra establecer una rima gloriosa entre la humildad y la humanidad, con el humor (otra vez la letra hache, que en Zarzuelilla suena mucho) como verso libre. No voy a contarles aquí la película, que seguramente muchos de ustedes ya hayan visto, pero seguro que si vuelven a disfrutarla encontrarán más de un paralelismo entre el paisanaje de este milagro cinematográfico y el de nuestros pueblos.
Sin embargo, sí quisiera aprovechar este espacio para recordar a alguien, un hombre que nos dejó el pasado año y que desde que pusimos pie en Zarzuelilla nos conquistó con su humor, su sabiduría y afán solidario. Hablo de Juan Mesón, Juanillo, que junto a sus hermanos Jesús y Paco formó nuestro comité de bienvenida a esta tierra, y los cuales nos acompañarían siempre desde entonces, derrochando hacia nosotros generosidad de la buena, de la que no busca obtener a cambio nada más que cariño y agradecimiento. O ni siquiera eso.
Como en The Quiet Man, Juanillo fue nuestro Michaleen Flynn particular, el inefable compañero del ‘hombre tranquilo’ que regresa al pueblo de sus orígenes (o de sus sueños), y al que guía con sabiduría, socarronería y complicidad en su descubrimiento de los nuevos lugares, paisajes y vecinos que en adelante constituirán su lugar en el mundo.
Unos años después, quise retratar a Juanillo, con escaso éxito, porque era imposible plasmar por escrito toda su humanidad y esa chispa imbatible que gastaba (jamás pude pillarlo en fuera de juego cuando se trataba de buscarle las cosquillas, en el sentido más cariñoso), en una novela escrita con más buenas intenciones que talento. Cuando le pregunté si lo que yo escribí le había gustado, me contestó con una sonrisa evasiva. No me extrañó ni me importó: por él mismo ya sabía que “el baile y el pimiento son cosas de poco alimento’. Imagino que las novelas que no fueran del Oeste también entrarían para mi amigo en ese saco de futilidad. Por cierto, que titulé aquel relato Padre Ocejón, el pico cuya cumbre pisé por primera vez en su compañía.
En sus últimos años estuvo muy pachucho, pero mantuvo la lucidez, y aún se echaba a reír cuando le recordaba alguno de los momentos que vivimos juntos, o cuando le recontaba alguno de los chistes de gallegos que solía interpretar a pie de barra, o cuando nos tomábamos un vinejo en su casa. Esos eran los mejores momentos de la semana.
Vaya desde aquí mi homenaje y recuerdo eterno para él, al igual que para todas las personas que nos han enseñado y acompañado en nuestro lugar en el mundo durante las dos últimas décadas y que ya nos esperan en la eternidad: Paco, Benito, Marga, Angelines, Agustín, Jesús, Felipa, Inocente… Seguro que me olvido de alguien en estas líneas, pero solo en estas líneas. A todos ellos, muchas gracias y a por otros veinte años… que sí que han sido mucho (diga lo que diga el tango). Inisfree nunca será lo mismo sin vosotros.
Ildefonso García Ruiz
1 respuesta
[…] “Inisfree” de Galve (Ildefonso García Ruiz) […]