Zarragones, Vaquillas y Botargas.

En tiempo de San Blas, Santa Águeda, Carnaval dedicaremos algunas entradas a recordar cómo fue esta celebración en nuestro pueblo y que ya forma parte de nuestra historia pasada.

Sinforiano García Sanz publicó en 1953 la primera parte de su artículo “Botargas y enmascarados alcarreños” en la Revista de Dialectología y Tradiciones populares. El artículo fue reproducido en 1987 en los Cuadernos de Etnología de Guadalajara, acompañado de la segunda parte del mismo, gracias al trabajo de J.R. López de los Mozos. En él se describe, entre otros muchos, el ya conocido y suficientemente descrito Botarga o Zarragón de los danzantes de Valverde de los Arroyos, al que dedica una quincena de líneas. También se describen en unas líneas las desaparecidas  “botargas” de Palancares, como vemos en el texto adjunto.

Pero, curiosamente, el texto de García Sanz cita también en el índice, en el capítulo XXVIII, “los zarrones de Santa Águeda en Valverde de los Arroyos”, sin que luego lo describa en el cuerpo del artículo, que salta del apartado XXVII a las conclusiones en el apartado XXIX sin razón aparente. El material original no parece encontrarse entre el legado que donó el autor a la Diputación Provincial y que custodia la Biblioteca de Investigadores, por lo que no conocemos su descripción ni las fuentes que utilizó.

Intrigados por esta alusión, que conocíamos parcialmente, hemos intentado obtener más información de este tema tan ignoto, sobre todo de la boca de los mayores del pueblo. Parece que había dos ocasiones, además de la Octava, en que salían personajes de este tipo en Valverde: las botargas (en este caso en femenino) ¿de Santa Águeda?, (los zarrones a que se refería Sinforiano), y las vaquillas de Carnaval.

El “zarrón”, zarragón o la botarga de Santa Águeda, creemos que salía en esta fecha del 5 de febrero (aunque también podría ser en Carnaval), pero al parecer ninguno de los valverdeños vivos ha tenido ocasión de conocerlo. Por los testimonios orales que han llegado hasta nosotros salía por la plaza portando unas amugas sobre los hombros, del mismo modo que hacen las botargas de muchas otras localidades. En la parte delantera llevaba unos cuernos de vaca y en la de atrás colgaban unos grandes cencerros que iban sonando al tiempo que corría por la plaza. Se cree que llevaba la cara tiznada, pintada de carbón, para ser menos reconocido y causar más impresión. Desde los hombros le colgaban las “pezolás”, en longitud variable dependiendo de la que tuviera el paño del que procedían. (Las “pezolás”, pezoladas, son las piezas terminales de un paño confeccionado en el telar cuyos extremos, deshilachados, no se podían aprovechar. Serían por tanto, bastante cortos, para aprovechar la pieza, y de colores pardos o rojos y negros, como suelen ser las mantas confeccionadas en los propios telares de Valverde). Nuestra imaginación, y la pericia de nuestro amigo Ángel Malo, nos dan una idea de lo que pudo ser nuestro zarragón y su entorno.

No sabemos si llevaba algo en la mano, quizás un garrote. Corriendo por la plaza, la referida botarga perseguía a los niños asustándoles e impidiendo que cogieran unos trozos de morcilla o güeña que se habían depositado sobre un vaso de colmena en El Portalejo. (La güeña es un embutido fino, elaborado con los trozos de carne y vísceras menos aprovechables del cerdo y, por lo tanto poco refinado, y sin embargo, realmente, era bastante apreciado, por lo menos en aquella época en que no destacaba la abundancia y exquisitez de la comida. Se podía consumir frito o en el cocido, al que se añadía con el resto de elementos del mismo).

Las similitudes de este nuestro “zarrón” con otras botargas de Guadalajara, recientemente declaradas como Bien de Interés Cultural, es evidente, por ejemplo con los vaquillones de  Villares de Jadraque o la botarga de Robledillo de Mohernando. San Blas y Santa Águeda son los principales titulares de estas celebraciones, sin que sepamos exactamente el motivo. Más lógica es su relación con los carnavales y también con la Candelaria, que sustituyó en su día a otros festejos paganos, como eran las lupercales, a mediados de febrero. Las botargas, y así sucede en el vecino Retiendas, intentan distraer a los devotos que acompañan a la Virgen al templo para purificarse después del parto.

Refiriéndonos al “vestuario”, se celebraba una costumbre similar cerca de nuestra tierra, concretamente en el cercano pueblo de Montejo de la Sierra. Suponemos posibles influencias mutuas, dado que hasta allí también se desplazaban los tejedores de Valverde vendiendo sus piezas de paño del telar. Esta es una de sus descripciones:

“El día 5 de febrero, un mozo se vestía de Botarga. Uno de los elementos del disfraz eran unas pezolás (porción final del paño que tiene hilos sueltos sin tejer) de lino que se llevaban en la rodilla. El mozo que iba de Botarga llevaba también una piel de cabra, muchos cencerros atados en la cintura, la cara tiznada, y una porra con la que tocaba a las puertas para que le dieran chorizo, torreznos, huevos o dinero”. (Aceituno-Mata, L 2010. Estudio etnobotánico y agroecológico de la Sierra Norte de Madrid)

En cuanto a las vaquillas de Carnaval en nuestro pueblo, sabemos que han persistido hasta tiempos más recientes y que son mejor recordadas por los mayores. Cualquier chaval o mocete podía caracterizarse utilizando también unas amugas con cuernos y cencerros y correr por la plaza persiguiendo a los demás, niños o mayores.

Al grito de “en Carnaval todo vale” se permitían otra serie de libertades, entre las que estaba la broma de la jeringa. Con una caña o una rama de sauco vaciada, provista de un rudimentario tapón agujereado y un émbolo improvisado, se fabricaba una jeringa con la que se intentaba rociar a quien se pusiera a tiro, sobre todo a las chicas.

La despoblación, la desaparición de los niños de la escuela, las pasadas prohibiciones, el parcial desinterés local y, probablemente, la importancia que ha adquirido nuestro botarga de verano, del grupo de danzantes de la Octava del Corpus, ha hecho que estas tradiciones invernales se encuentren, de momento, perdidas aunque no totalmente olvidadas. Esperemos que no definitivamente.

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